¡Que te den! |
Juan Carlos Martis |
En estos momentos tengo mucho tiempo para pensar. Pienso en cómo empezó todo. En cómo surgió un nuevo virus denominado SARS-CoV-2 que provocaba una enfermedad llamada COVID-19. Y en cómo este maldito virus nos obligó a confinarnos a todos durante meses, saliendo de casa únicamente para ir a trabajar. Bueno, en honor a la verdad, solo íbamos aquellos cuyas empresas eran consideradas servicios esenciales, y en turnos rotativos donde era posible, y yo particularmente no iba a trabajar presencialmente por formar parte de un grupo de riesgo. Por tener patologías previas que podían no solo agravar los efectos del virus sino incluso convertirlos en letales.
Recuerdo cómo más tarde se intentó volver paulatinamente a una especie de normalidad controlada. A una suerte de tensa convivencia con el virus. La economía manda y no se podía estar eternamente encerrados. De repente, en mi empresa, todo el mundo tenía que volver presencialmente a su puesto. Apremiantemente. Olvidando bruscamente casi cualquier tipo de precaución. ¿Teletrabajo? ¿Turnos? ¿Grupos burbuja? Solo se necesitaban mascarillas y geles. Incluso poco más tarde nos llegó la hora a los colectivos más vulnerables. El 23/06 tuve que contestar escuetamente por mail a las preguntas de la Mutua: “mi patología es que tuve un infarto y me tuvieron que colocar 2 stents en cada una de las 3 principales arterias del corazón, y mi estado actual parece estable, aunque no he podido hacer mi revisión anual por culpa del confinamiento; pero el 01/07 tengo revisión con vosotros y me podréis valorar”. O esto último no era necesario o había mucha prisa. A las pocas horas era declarado apto para mi puesto de trabajo sin necesidad de cambio, ni adaptación. ¿Así? ¿Sin más? ¿Ni pedirme los informes médicos? Tiempo después me enteré de que el tener problemas de tensión arterial también era patología de riesgo. Supondría comorbilidad y probable diagnóstico de no apto. Dada la intrínseca relación entre ambas patologías ¿cómo es que ni siquiera me preguntaron por ello?
No olvido lo que sentí: miedo, incredulidad e indignación. Miedo. En el mostrador intercambiando fómites con hasta 100 personas al día ¡me voy a contagiar sí o sí! Incredulidad. Pese a que la Ley no lo distinga, no me pueden decir que mi puesto tiene el mismo peligro que el de un Analista de Riesgos sentado a solas en su despacho. Indignación. Exponer a alguien de un grupo de riesgo al nivel de contactos que supone el puesto de caja de una oficina potente es éticamente inadmisible, aunque la Ley lo permita. Crucé varias misivas con GDP y la Mutua. La callada por respuesta. ¡Que te den!
Inevitablemente me contagié. Pienso en cómo fue. Si fui yo quien contagió a mi familia y en los 7 días anteriores mi vida social fue inexistente ¿dónde pudo ser? Pudo ser en el rato del café, aunque cambié de bar por uno más amplio y menos concurrido en el que se respetaban las distancias. Realmente no puedo tener la certeza absoluta de haberme contagiado en el trabajo, pero sí una duda más que razonable de que no fuese así. Pero, ¿por qué me torturo? ¿Qué importa eso ahora? Ahora que mi mujer ha fallecido, mi hijo mayor está ingresado y yo estoy en la UVI en coma inducido.
THE END
Evidentemente el final de esta historia no ha sido este, por muy cinematográfico que me haya quedado. La realidad es que tanto mi mujer como mi hijo mayor se han recuperado rápidamente y sin muchos problemas, y yo, aunque sigo de baja, voy recuperándome poco a poco. Al pequeño estoy pensando en donarlo a la ciencia, porque sigue dando negativo. ¡Y fueron felices y comieron perdices!
THE END
¡Pues tampoco! No es tan fácil. Quedan secuelas importantes. Queda la rabia. Aquel no fue el final, pero bien pudo haberlo sido. No será ni por la Dirección de Bankinter ni por la de Valora, que han puesto todo de su parte para que ese final alternativo entrase dentro de lo posible. Los unos desmarcándose del resto de la banca tomando decisiones arriesgadas para el conjunto del personal y pasándose específicamente a los grupos de riesgo por al arco del triunfo, y los otros por prestarse de forma cómplice al legal pero poco hipocrático paripé de la vergüenza.
Estoy furioso, sí. Ni lo niego ni lo oculto. Y acabo de desahogarme abruptamente. También. Pero es que es de lo poco que puedo hacer para apaciguar al monstruo. Tendré que aprender a convivir con esta rabia y esperar que el paso del tiempo la vaya aplacando. Porque lo que es ahora reconozco que me maneja y me insinúa maldades, como esa otra posible realidad alternativa en la que, aún asintomático, acudo a ese reciente Road Show de directivos sin distancias ni mascarillas (ver artículo “La imagen de la vergüenza”), me acerco a saludar efusivamente y consigo entablar una charla durante el tiempo suficiente. Justicia poética.
TE DEN
Opinión de Juan Carlos (13-01-2021) |
Opinión de Angel (18-12-2020) |
Opinión de Angel (18-12-2020) |